Me abrió la puerta una rubia hermosa. Me dijo que era la cuidadora y que Lucía estaba de viaje, pero teniendo en cuenta el calor que hacía me invitó a pasar a tomar un refresco.
La camiseta se me pegaba al cuerpo y noté como ella miraba mis pezones. El morbo estaba servido. Miradas, preguntas discretas, que de dónde conocía a Lucía que si me quería dar una ducha, que había ropa de Lucía…
Me dirigí a la habitación, me desnudé dejando la puerta de par en par a propósito por si se le ocurría seguirme, que efectivamente…
Yo ya estaba desnuda, la desnudé primero con la mirada, luego poco a poco mientras la besaba me alejé para mirarla de lejos. Era una diosa bajada del Olimpo. Seducción, coqueteo a tan solo veinte centímetros. Ambas sabíamos lo que hacíamos
Mi lengua sobre su cuello. Sus manos sobre mis pechos, sus labios en mis orejas, caricias y miles de besos. Mientras la besaba subí su pierna sobre una silla y comencé a masturbarla mientras ella se empeñaba enhacerle el amor a mi oreja y yo me dejaba.
La alfombra de la habitación fue testigo de gemidos de dos mujeres con hambre de ternura de mujer pero con las ansias salvajes del simple deseo, ese que no tiene fronteras ni sabe de sexos ni de identidades. Solo y puro deseo.
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