martes, marzo 30

Concluso




El fin de semana nos los regalamos libres para cada uno con la promesa de contarle al otro todo, absolutamente todo. Eso es una de las tantas cosas buenas que tienen las relaciones al comenzar: no hay celos.

El viernes por la noche me fui sola al Panda. Nunca suele haber demasiada gente a eso de las 11. Solo los asiduos. Me encontré con un par de conocidos y me puse a hablar con ellos. Desde el otro lado de la barra la vi y el recuerdo de hacía unos meses se me agolpó de repente.

Recordé que toda la situación me había dejado en estado de shock. No podía entender cómo una mujer quince años menor que yo podía atraerme de tal manera. Y lo que no acababa de encajarme en lo más mínimo era su forma de manejarme. Su manera de dejarme excitada y de idiotizarme hasta tal punto de dejarla escapar pudiendo haber usado miles de estrategias de seducción y/o de persuasión para poder comérmela entera y que ella me engullera a mí en caso de haberlo querido.

Estupefacta como estaba, la vi venir hacia mi como en cámara lenta. Me sonrió inocentemente, como parece todo lo que hace. Hasta sus andares de semi-niña, semi-mujer seducen de tal manera que entendí perfectamente por qué me había quedado idiotizada la vez anterior.

Al acercarse le recordé que aún era menor de edad a lo que me contestó que hacía unos días había cumplido los 18. Sonreí y me giré a la barra a buscar mi copa haciendo como si la ignoraría. Se puso a mi lado y me pidió que saliéramos de allí. Pero más que una petición parecía una súplica.

Hubiera querido decirle que no. Hubiera querido humillarla delante de todos. hubiera deseado no ser tan débil. Pagué y nos fuimos a mi casa.

Me pidió un zumo de naranja, así que me fui a la cocina a preparar uno pensando en que sería uno más de sus trucos y que me dejaría hirviendo de deseos como la vez anterior. Pero esta vez no se saldría con la suya, me prometí.

Y ni falta que hizo prometerme nada porque mi sorpresa fue agradablemente enorme al sentirla apoyarse sobre mi espalda y empezar sin ningún preámbulo a besar mi cuello, y a subir mi falda a la vez que sus manos se deslizaban como sinuosas serpientes sobre mis muslos. No dejó que me girara. Me pidió que siguiera haciendo zumo. Yo no podía hacer nada más que obedecer.

Sus dedos serpenteaban sobre mis labios humedeciéndome aún más si cabe. Jugueteó con mis más delicadas sensibilidades. El zumo de naranja chorreaba por la encimera como mis jugos por mis muslos. Una serie de orgasmos entrelazados surgieron desde lo más profundo de mi ser.

"Te lo debía," me dijo.

Me giré y le di mis dedos para que bebiera de ellos el zumo. Su lengua los lamía con desesperación. Yo los metía en su boca ávida de besos de cualquier tipo despacio, suave percibiendo que su excitación crecía a cada instante. Sus jadeos me daban claramente a entender que estaba ya a punto de caramelo y que la tenía a mis pies. Me giré y de di de beber de un vaso. Intentó besarme pero me retiré.

Subí las escaleras por donde ella había huido la vez anterior y sentí sus pasos detrás de mi. Me fui desnudando mientras subía y dejé la puerta abierta de mi habitación. Ella entró también desnuda por completo. Le pedí que se quedara de pie mientras yo abría mis piernas y metía con suavidad mis dedos dentro de mi. Gemía más al oír su respiración entrecortada por la excitación. LE pedí que se tumbara a mi lado y comencé a acariciarla levemente, notando su piel erizarse ante mi roce. Diminutas gotas de sudor comenzaron a bañarla mientras al besarle mis dedos hacía filigrana con su intimidad. Bajé mi boca hacia su fuente que manaba más que suficiente como para que mis labios resbalaran, mi lengua apenas rozara su clítoris inflamado. Ella jadeaba, ni pedía, ni daba, solo gozaba de mi lengua, de mis dedos, de mis labios susurrando lo indecible.

Estalló como un volcán salpicándome de lava caliente con olor a mujer, a sexo, con olor a hembra. Pero quiso más, y quise más y nos ofrecimos y nos dimos y recibimos hasta que casi el sol nos sorprendió pidiendo más.



lunes, marzo 29

El reencuentro


Dos semanas y cinco tilas más tarde llegó Fran de vuelta. Ya había conseguido piso más cerca de mi casa que del trabajo, pero al fin se hacía presente. Nos miramos durante un largo rato como midiéndonos antes de lanzarnos el uno a los brazos del otro, la boca de uno a la lengua del otro. Sus manos recorriendo mi orografía, las mías buscando desesperadamente su sexo.
Pero él me paró en seco. Me empujó levemente hacia atrás, me fue desnudando con una mano mientras que con la otra sostenía las mías en mi espalda. Desabrochó, mordisqueó, deshizo hasta dejarme completamente desnuda. Así, de pie, me llevó contra la pared y subió una de mis piernas a su cadera. Mis dedos revolvían su cabello, sus labios apenas rozaban mis pezones; sus manos coqueteaban con mis nalgas, con mi ano, con mi sexo volviéndome absolutamente loca.
¿Alguna vez sentiste ser tocada tan magistralmente como una orquesta donde cada compás, cada nota va conformando el mejor y más exquisitos de los orgasmos?

viernes, marzo 26

El mail del día después


Cielo:
Ha sido genial. Esto no puede quedarse en sexo de una noche. Mientras iba en el tren no dejaba de sentir el olor de tu sexo hinchado. No he podido dejar de recordar tus gemidos, tu cara de placer bajo mis brazos. El sabor a ti en mis labios.
Repito, esto no puede quedarse en unos cuantos ... (¿cuántos fueron?) de una noche loca. ¿Estás de acuerdo? ¿Repetimos? Yo por mi encantado.
Mi propuesta es buscarme un sitio allí a media distancia entre el trabajo y tu casa, nada de compromisos serios, mucho sexo del bueno como el de anoche, sin dejar las confidencias que siempre hemos tenido. Y lo que surja. ¿Te parece?
Besos cálidos y excitadísimos al pensar en ti,

Fran

martes, marzo 23

Comienzo con Fran


Fran llegó a eso de las 9 de la noche del viernes con ganas de hablar, pero con más ganas de salir de fiesta, así que nos fuimos a Panda a tomar un trago mientras me contaba lo ocurrido. Yo no podía evitar reírme a carcajadas de su relato. Es muy salao al momento de contarte las cosas más espeluznantes.
Entre trago y trago, la cosa se ponía más divertida así que le pedí que me contase cómo era la famosa Sandrita como para tener una idea de a qué amiga presentarle. Fran me contó qué le gustaba hacerle a la niña , asi como lo que le volvía loca hacer. Cuando le dije que no me parecía nada del otro mundo me miró entre divertido y confuso y una cosa llevó a la otra. De pronto sentí que Fran se acercaba más a mí a la vez que yo me acercaba más a él. El apoyaba su entrepierna dura sobre mi culo y me hablaba casi en susurros al oído a la vez que mi tanga destilaba fluidos en catarata y tiraba la cabeza hacia atrás sobre su hombro. Luego su mano se hizo paso bajo mi minifalda y sentí su carcajada mientras se percataba que mis muslos estaban tan húmedos como él esperaba.
Le sugerí irnos, pero me contestó que la noche era aún demasiado joven como para hacerlo, así que siguió apretándose sobre mí y jugando con mi sexo, él sentado y yo de pie entre sus piernas contra la barra. Mi primer orgasmo no se hizo esperar y al él notar mi primer sacudón, me dio la vuelta y me besó profundamente. Salimos a bailar y de a ratos pensaba que la cremallera de Fran explotaría, que su miembro traspasaría mi falda y que me penetraría allí mismo en medio de la pista y así se lo relaté a él, que parecía ponerse más a mil. Seguimos calentándonos mutuamente durante más de una hora hasta que me cogió de la mano y me sacó del Panda Bar casi en volandas.
Nada más dar la vuelta la esquina abrió mi abrigo, subió mi falda y me embistió sin casi darme tiempo a queja alguna. Parecía desesperado, así que pensé que acabaría demasiado pronto, pero para mi suerte no fue así.
Luego seguimos andando y riéndonos de lo acontecido y de la poca necesidad de llamar a ninguna de mis amigas. Así llegamos a mi casa, donde se le antojó, como a un crío, follarme en el portal, bajo la farola. Me negué de plano.
Entramos a casa y preparé café para aclararme un poco ya que hacía años que nos conocíamos, habíamos sido compañeros de trabajo, conocía a su pareja, habíamos sido confidentes y de pronto todo esto me sobrepasaba.
Al llegar al salón con el café, Fran estaba mirando tele con la camisa totalmente desabrochada y quitándose el cinturón. No pude evitar mirar sus erección, así que después de dejar el café sobre la mesa, me arrodillé, desabroché su cremallera y mientras él, parecía seguir absorto en la película, me comí su polla como si fuera un enorme y duro calippo de fresa . Me supo delicioso de principio a fin. Los gemidos de Fran me volvían más loca por esa polla erecta y su simulado desinterés me calentaba aún más.
Nos besamos infinitamente hasta que al fin Fran me tumbó y me acarició el coño con su lengua sin llegar a tocar mi clítoris. Esto me volvía más y más loca. A tal punto que le imploraba que me follase. Cuando al fin lo hizo fue algo espectacular, algo que dudo se puedea llegar a repetir ni con él ni con nadie. Una sensación única que solo puedo llegar a comparar con la primera vez que mi primer novio, a los trece años, aún virgen, me rozó el pezón con sus manos por encima de la camiseta.

lunes, marzo 22

El e-mail de Fran


Este finde estoy por ahí. ¿Te llamo? ¿Quedamos? Tengo unas ganas locas de verte y contarte sobre los últimos acontecimientos. Bueno, mejor te voy adelantando algo. Irene me dejó… Si, después de 5 años. Cuando llegué a casa el miércoles tenía la maleta lista.

Descubrió lo mío con Sandra. Aún no se cómo. Por lo tanto Sandra se enteró de que aún seguía con Irene, así que se me montó la marimorena. ¿Qué me cuentas? Así que estoy desde el miércoles besando al santo. Podrías conseguirme una de esas amiguitas guapetonas que tienes, ¿no crees? Jajaja. Es que no veas las ganas que tengo de buen sexo, cielo. Sandra era una leona en la cama y echo de menos esos buenos polvazos. La tarde anterior al follón nos encontramos en el burger que está a la vuelta de mi trabajo y la muy zorra no dejó de meterme mano todo el tiempo, así que por la tarde no fui a trabajar por estar con ella. Nos fuimos a un apartamento que tiene mi jefe de picadero y no paramos en toda la tarde. Ya te he contado que Sandrita es insaciable. Pero sigo preguntándome cómo se enteró Irene. Esa noche llegué agotado, imagínate, después de semejante maratón. Pero Irene, aunque yo insistía no daba señales de querer nada. La última vez que intenté acercarme a ella en la cocina me gritó a la cara, que estaba follándome a su amiga. Yo me quedé de una pieza, cielo. No supe que responder, ya me conoces. Ella me mostró la maleta hecha y sin más marcó el número de Sandra y le dijo de todo.

Sandra desde ese día no me coge el móvil así que ya me contarás el panorama que tengo, cielo.

En fin, y tú ¿que te cuentas?

domingo, marzo 21

Inconcluso


Me encuentro por casualidad con la hija de mi amiga Clara que estaba buscando a su hermana pequeña, cuando la vemos salir del campo de fútbol algo contrariada. Hacía mucho tiempo que no la veía. Estaba convertida en toda una mujer de 18 años. Invité a las dos chicas a tomar algo en la cafetería de enfrente.

La mayor no paraba de hablar, de contarme sobre sus cursos en la universidad, mientras que la más pequeña, Penélope, no dejaba de mirar a un punto fijo, neutro, como si no estuviera para nada interesada en la incesante catarata de palabrería hueca de su hermana. Sin embargo, había algo en ella que me llamaba la atención. No podía definirlo apenas. Me inquietaba tanto que dejé por completo de mirarla de reojo y comencé a prestarle atención dejando a la mayor seguir con su soliloquio.

De repente nuestras miradas de cruzaron y ella sonrió tímidamente.

-Hace mucho que no te veía, pequeña. ¿Qué es de tu vida?

- Pues justamente, hace unos días le decía a mamá que me encantaría comprarte aquella mini-colección de discos de vinilo que solías tener cuando yo era una cría.

- Ah, si, ya… cuando quieras te pasas por casa y lo vemos. Si son los discos que pienso no necesitas comprarlos, son todos tuyos.

- Si no te molesta yo podría ir ahora mismo…

- Desde luego, vamos cuando queráis.

La mayor dijo que había quedado con sus amigos al acabar el entrenamiento, así que nos despedimos de ella y caminamos hacia mi casa que estaba a unas pocas manzanas de allí. Hablamos de los discos y de cómo se acordaba de ellos, etc.

Al llegar a casa dijo estar muerta de sed así que me pidió una coca-cola. Yo, mirándola fijamente me reí y le traje un vaso con un par de cubos de hielo y limón y una botella de coca-cola y me senté a su lado.

La notaba inquieta mientras miraba los discos y le sentí un olor penetrante a hembra, a semen, a sudor… todo junto.

Le cogí la cara y le dijo mirándola a los ojos.

- Más que coca-cola, lo que necesitas antes de irte a casa es una buena ducha o tu madre se dará cuenta de la que te has montado en el entrenamiento … o donde haya sido…

- Pero, qué dices… yo … yo…

- No, no te preocupes, si me lo cuentas todo, te duchas y te prometo que no le digo nada a nadie…

Penélope quedó cabizbaja unos momentos y me suplicó que no le contara nada ni a su madre ni a su hermana. Accedí pero sin retroceder en mi petición de que me lo contase todo. Ella asintió.

Nos dirigimos las dos al baño. Le preparé un baño tibio mientras ella se despojaba de sus vaqueros y su camisa. Por debajo de su sostén se percibían un par de pezones deliciosamente erectos. Pensé que era por el frío, deseé que fuera por el morbo de nuestra cercanía.

Cuando el agua estuvo lista, le dije que empezara su relato. Ella dudó. Era poca el agua de la bañera y no puse espuma, solo sales. Quería ver su cuerpo desnudo, su mano deslizándose por esa piel con la tersura que solo se tiene antes de los veinte años. Así que me puse frente a ella y deslicé mis manos por su espalda para quitarle el sujetador que cayó, indolente, a suelo.

Ella acabó de desnudarse pudorosa. La ayudé a meterse en la bañera ya totalmente desnuda. Le pedí que me contara paso a paso lo acontecido. Ella no escarceó en detalles. Todo. El entrenador pidiéndole los documentos de su taquilla. Ella sin poder encontrarlos. Los dos amigos de su hermana intentando seducirla. El entrenador entrando a los vestuarios y regañando a los dos chicos. Las manos del entrenador sobre su pecho, su tanga empapado.

Revivirlo la encendió. Sus mejillas ardían. Le pedí que siguiera. Ella debió adivinar mis deseos porque sin dejar de mirarme fijamente, me detalló como los tres gozaron de su cuerpo, a la vez que su mano bajaba lentamente por su vientre, jugaba con su ombligo, bajaba un poco más. Lento. Su lengua mojaba sus labios. Exactamente en el momento en que la mía deseaba los suyos, los inferiores, los morbosos labios de su vulva.

Ella lo presentía y por eso me provocaba, subía sus caderas sensuales, palpitantes sobre el borde del agua. Su dedo corazón rozando sus intimidades expuestas a mis ojos ávidos de ver, a mi nariz ávida de oler, a mi lengua muerta por sorber lo que mis manos no osaban tocar a menos de un metro de distancia.

Ella jugó hasta no poder contener el espasmo incontrolable que sucedió a sus propias caricias. Luego, sin dejar de mirarme, se acercó a mí y me susurró:

- Jabón, necesito jabón. Y una toalla … por favor.

Se acabó de lavar, se puso en pie y se secó. Le alcancé la ropa, se vistió y anduvo como sobre una nube hasta el salón. Recogió los discos, me dio las gracias y se marchó.