domingo, marzo 21

Inconcluso


Me encuentro por casualidad con la hija de mi amiga Clara que estaba buscando a su hermana pequeña, cuando la vemos salir del campo de fútbol algo contrariada. Hacía mucho tiempo que no la veía. Estaba convertida en toda una mujer de 18 años. Invité a las dos chicas a tomar algo en la cafetería de enfrente.

La mayor no paraba de hablar, de contarme sobre sus cursos en la universidad, mientras que la más pequeña, Penélope, no dejaba de mirar a un punto fijo, neutro, como si no estuviera para nada interesada en la incesante catarata de palabrería hueca de su hermana. Sin embargo, había algo en ella que me llamaba la atención. No podía definirlo apenas. Me inquietaba tanto que dejé por completo de mirarla de reojo y comencé a prestarle atención dejando a la mayor seguir con su soliloquio.

De repente nuestras miradas de cruzaron y ella sonrió tímidamente.

-Hace mucho que no te veía, pequeña. ¿Qué es de tu vida?

- Pues justamente, hace unos días le decía a mamá que me encantaría comprarte aquella mini-colección de discos de vinilo que solías tener cuando yo era una cría.

- Ah, si, ya… cuando quieras te pasas por casa y lo vemos. Si son los discos que pienso no necesitas comprarlos, son todos tuyos.

- Si no te molesta yo podría ir ahora mismo…

- Desde luego, vamos cuando queráis.

La mayor dijo que había quedado con sus amigos al acabar el entrenamiento, así que nos despedimos de ella y caminamos hacia mi casa que estaba a unas pocas manzanas de allí. Hablamos de los discos y de cómo se acordaba de ellos, etc.

Al llegar a casa dijo estar muerta de sed así que me pidió una coca-cola. Yo, mirándola fijamente me reí y le traje un vaso con un par de cubos de hielo y limón y una botella de coca-cola y me senté a su lado.

La notaba inquieta mientras miraba los discos y le sentí un olor penetrante a hembra, a semen, a sudor… todo junto.

Le cogí la cara y le dijo mirándola a los ojos.

- Más que coca-cola, lo que necesitas antes de irte a casa es una buena ducha o tu madre se dará cuenta de la que te has montado en el entrenamiento … o donde haya sido…

- Pero, qué dices… yo … yo…

- No, no te preocupes, si me lo cuentas todo, te duchas y te prometo que no le digo nada a nadie…

Penélope quedó cabizbaja unos momentos y me suplicó que no le contara nada ni a su madre ni a su hermana. Accedí pero sin retroceder en mi petición de que me lo contase todo. Ella asintió.

Nos dirigimos las dos al baño. Le preparé un baño tibio mientras ella se despojaba de sus vaqueros y su camisa. Por debajo de su sostén se percibían un par de pezones deliciosamente erectos. Pensé que era por el frío, deseé que fuera por el morbo de nuestra cercanía.

Cuando el agua estuvo lista, le dije que empezara su relato. Ella dudó. Era poca el agua de la bañera y no puse espuma, solo sales. Quería ver su cuerpo desnudo, su mano deslizándose por esa piel con la tersura que solo se tiene antes de los veinte años. Así que me puse frente a ella y deslicé mis manos por su espalda para quitarle el sujetador que cayó, indolente, a suelo.

Ella acabó de desnudarse pudorosa. La ayudé a meterse en la bañera ya totalmente desnuda. Le pedí que me contara paso a paso lo acontecido. Ella no escarceó en detalles. Todo. El entrenador pidiéndole los documentos de su taquilla. Ella sin poder encontrarlos. Los dos amigos de su hermana intentando seducirla. El entrenador entrando a los vestuarios y regañando a los dos chicos. Las manos del entrenador sobre su pecho, su tanga empapado.

Revivirlo la encendió. Sus mejillas ardían. Le pedí que siguiera. Ella debió adivinar mis deseos porque sin dejar de mirarme fijamente, me detalló como los tres gozaron de su cuerpo, a la vez que su mano bajaba lentamente por su vientre, jugaba con su ombligo, bajaba un poco más. Lento. Su lengua mojaba sus labios. Exactamente en el momento en que la mía deseaba los suyos, los inferiores, los morbosos labios de su vulva.

Ella lo presentía y por eso me provocaba, subía sus caderas sensuales, palpitantes sobre el borde del agua. Su dedo corazón rozando sus intimidades expuestas a mis ojos ávidos de ver, a mi nariz ávida de oler, a mi lengua muerta por sorber lo que mis manos no osaban tocar a menos de un metro de distancia.

Ella jugó hasta no poder contener el espasmo incontrolable que sucedió a sus propias caricias. Luego, sin dejar de mirarme, se acercó a mí y me susurró:

- Jabón, necesito jabón. Y una toalla … por favor.

Se acabó de lavar, se puso en pie y se secó. Le alcancé la ropa, se vistió y anduvo como sobre una nube hasta el salón. Recogió los discos, me dio las gracias y se marchó.


2 Sensuales comentarios:

free_sw dijo...

Sutil, pero un relato con fuerte temperamento, pues no sabes que iba a pasar con cada linea que leia. Me gusto,,,pues me gustan a veces las cosas que se dan si prisa alguna.

Aires dijo...

Me encanta la sensualidad con que describes la escena, esas letras con olor a hembra que son capaces de atravesar la pantalla y llegar a excitar la entrada de mi nariz. Un besote.